Inkarri Kowii; Vanessa Terán
Los kichwas no estamos solamente en las comunidades rurales, sino en los centros urbanos de todo el mundo. Al igual que otros pueblos del mundo migramos por diversas razones: trabajo, educación, y en el caso de los otavalo, por su tradición mindalae, que los lleva a buscar nuevos chaquiñanes. De los saraguro su movimiento en el espacio podría rastrearse hasta la llegada de los inkas, en tanto fueron mitimaes; teorías similares hay de los otavalos y los natabuela.

La imposición del régimen colonial, después de la conquista, supuso el desplazamiento de nuestras poblaciones a los márgenes de los centros urbanos. La ciudad paso a ser el centro de la clase noble española, después de los criollos y después de los mestizos. Si bien la mayor parte de la población fue desplazada, otra pequeña permaneció en ellas, pues la mano de obra era necesaria. Por otro lado, la misma violencia del sistema colonial obligo a los pueblos kichwa (hablando del caso de la sierra), a adoptar estrategias de sobrevivencia, y una de ellas fue alejarse de las ciudades para escapar de los obrajes o mitas. La estructura de la hacienda también necesitó desplazar a las comunidades a sus alrededores para tener mano de obra cerca. Debido a esto la mayor parte de la población kichwa quedo concentrada en las comunidades que hasta hoy persisten.

Se forjó entonces con la idea de que la ciudad era mestiza, y su funcionamiento, división y orden así lo manifiesta. Esto también se evidencia en la pretensión de encontrar un solo calificativo para toda Latinoamérica. Desde José Martí, pasando por Simón Bolivar a Angel Rama, se la llamo “la américa mestiza”. Decimos pretensión, porque la realidad es otra. La idea del mestizo se construye como una ideología. Las nacientes naciones latinoamericanas necesitaban un recurso que permita la cohesión cultural, el recurso étnico siempre llamo la atención al hablar de nacionalismos; además necesitaban diferenciarse de la “metrópoli” española.
Nacimos con la pretensión de una anhelada homogeneidad cultural. Varios estudiosos del mestizaje postulan que este hecho posee un punto de partida histórico. Tanto Bolivar Echeverría como Serge Gruzinski señalan que la identidad de este pedazo de continente se vio obligada a inventarse debido a la casi desaparición o inminente extinción de los pueblos originarios, y por otro lado a la distancia y abandono de la corona española. Ambos son argumentos polémicos, pero en este caso nos interesa más el primero. Si bien es cierto que la conquista y colonia significaron una reducción drástica en la demografía indígena, no es del todo cierto que estábamos al borde de la extinción, o que nuestras manifestaciones culturales y de pensamiento habían sido borradas de la historia, sino ¿cómo es que estamos aquí? ¿hemos pasado todo este tiempo en el filo del olvido? Afortunadamente los pueblos originarios, y en este caso los kichwa, generaron los mecanismos necesarios para preservarlos.
El mestizaje en esta zona tiene una particularidad. Echeverría la califica como un mestizaje blanqueado. Lo que quiere indicar es que un código cultural, ciertos símbolos y ciertas prácticas eran bien vistas y otras no, unos quedaron subyugados, desvalorizados y escondidos, entonces había que alejarse de ellos. No es que los indígenas desparecieron de las nacientes ciudades de la corona española, y que recién estamos volviendo a ellas, sino que nuestra vida en ellas, y los aportes que pudimos haber realizado fueron invisibilizados.
Ahora, cada vez es más notoria la presencia de indígenas en las ciudades. No es un fenómeno de ahora. Es de notar que la población que compone las grandes ciudades como Quito o Guayaquil, son migrantes y muchos indígenas. Debido a la estructura que daba forma a nuestro estado nación, estas poblaciones fueron perdiendo sus códigos culturales originarios y los cambiaron por otros, proceso conocido como aculturación. Hoy en día los pueblos indígenas que se trasladan, o que ya nacen en las ciudades, no solo del Ecuador sino en todo el mundo, mantienen y continúan reproduciendo su cultura raíz, albergando cambios definitivamente, pero creemos que ya no es el mismo proceso de mestizaje, ni aculturación.
La presencia de los pueblos originarios ahora es más visibilizada, ya que sus símbolos y costumbres circulan por toda la ciudad, y a que hay un proceso donde la identidad no se abandona, sino que se mantiene. Es necesario preguntarse cómo es posible.
La ritualidad es sin duda una característica de nuestras poblaciones. El Inti Raymi en Imbabura marca y determina la vivencia y la cotidianeidad durante el mes de junio y julio. Esta misma fiesta, la reproducen los otavalos, los saraguros y los cañaris en Nueva York, Chicago, Bogotá o Ciudad de México.

El pueblo Kichwa migrante muestra su resiliencia y, su determinación de ser. En el noreste de los Estados Unidos, la celebración de los Raymis ha seguido siendo central para la organización social y espiritual de la comunidad. Es durante estas celebraciones que las comunidades se juntan, dialogan con otros pueblos y comparten los rituales, y los jovenes kichwa-americanos se conectan con la pacha más al sur.
En Otavalo y Cotacachi se mantiene un ritual anclado al Inti Raymi conocido como Tinkuy, el cual también se festeja en Bolivia y Perú. La traducción literal de este termino es el encuentro o pelea de los opuestos, es además un ritual de pelea física. Si lo analizamos en su espacio, es decir en Cotacachi, es también un ritual que escenifica una pelea semiótica, en el que se enfrentan códigos culturales distintos. Es un ritual de la heterogeneidad, que resalta la diferencia, y recalca la posibilidad de la coexistencia de los diferentes. El Tinkuy en su dimensión de ritual, es un mecanismo cultural que permite procesar la diferencia. En esa lucha semiótica, los códigos de la matriz cultural raíz, diremos la kichwa, se abre al enfrentamiento para seleccionar nuevos elementos, y desechar otras. De esta manera la ritualidad esta permitiendo a los kichwas enfrentarse a la fuerza de la modernidad, la globalización y a la par mantener su identidad.

No podemos negar que hay cambios, pero esa posibilidad de juntar cosas distintas y que co-existan es la esencia de lo que podría ser un principio fundamental de la “filosofía” kichwa, el tinkuy. Existe entonces la construcción de una identidad y espacio heterogéneo, y no homogéneo como pretendía el mestizaje. El Tinkuy, desde la chakana, su correlato simbólico, se puede entender como un puente. El ritual lo utiliza para permitir desplazarnos desde nuestro espacio a otros, utilizar sus elementos, adoptarlos, seguir circulando y regresar a nuestro origen. Los kichwas tendríamos una vivencia heterogénea sobre la cultura, el espacio y la identidad.

La celebración de los Raymis muestra la conexión con el territorio, vital en la cosmología andina. Son celebraciones del Sol, la Luna, la Pacha, que calientan, brillan, alimentan y nos sostienen a todos independientemente de ciudadanía, nacionalidad o status migratorio. Una Pacha única, que no nos pertenece, pero a la que le pertenecemos. De está forma y desde la cosmología se reafirma la identidad andina enraizada en el territorio y al mismo tiempo una pertenencia al nuevo, una naturalidad del movimiento que viene de la espiritualidad y de un legado de rutas migratorias más antiguas que las fronteras coloniales.

Los runas y personajes ancestrales andinos contrastan con los paisajes de Norte América, la nieve, los suburbios y las estaciones de tren sugieren una descontextualización. Sin embargo, las fotografías que hemos mostrado aquí, son un documento que evidencia que la comunidad está, existe, con su identidad a pesar de la distancia y de la migración.